David Garrick

Muy ligado a la vida del doctor Johnson, está la del actor y dramaturgo David Garrick.
David Garrick, Hereford, 1717 – Londres, 1779. Es hoy considerado como una de las principales figuras del teatro del siglo XVIII. Garrick empezó estudiando derecho y literatura, junto a Samuel Johnson, antes de decidir probar suerte en Londres en 1737. Se volcó en el teatro y debutó en 1741 en la obra Ricardo III de William Shakespeare. Garrick, fue, en su época, el intérprete máximo de los personajes de Shakespeare. Cultivó también la poesía cómica, que recitaba después en escena con excelente acogida del público. Recordemos un fragmento:
REÍR LLORANDO
Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirlo le decía:
«Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz…»
Y el cómico reía.
Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».
-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!
-¡Un título adquirid! -¡Noble he nacido!
-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas
-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!
-¿Que tenéis de familia? -Mis tristezas
-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho…
Pero Garrick, junto con este prestigio de autor-actor, gozaba también de otros prestigios no tan lisonjeros. Entre ellos, el de pedir dinero prestado, que tenía fama de no devolver. Conforme a esta costumbre, un día se dirigió al acaudalado escritor lord Chesterfield, famoso también no tanto por su talla literaria cuanto por sus mordaces ocurrencias.
Pidió al aristócrata media onza prestada, bajo solemne promesa de devolvérsela antes de un mes. Pensando, sin duda, que bien valía media onza sacudirse para siempre a aquel sablista, Chesterfield se la dio. Pero he aquí que, para sorpresa del conde, Garrick le reintegró la media onza dentro del plazo prometido.
Pasó el tiempo y un buen día, el actor, prevalido en su puntual devolución anterior, volvió a dirigirse al conde para repetir el sablazo. Pero esta vez dio en hueso; Lord Chesterfield, imperturbable, le contestó con aspereza:
-Te equivocas, Garrick; a mí no se me engaña dos veces.
REÍR LLORANDO. Fragmento final:
—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.
—¿A Garrik?
—Sí, a Garrick… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.
—¿Y a mí, me hará reír?
—¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas… ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!… Cambiadme la receta.
* * *
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.